Desde que aterrizamos en Marruecos, había un lugar que queríamos conocer: La aldea de Chaouen. Esta se encuentra al norte de Marruecos a unos 600 metros de altitud. Acceder a ella por medio de transporte público nos es fácil, ya que son pocos los autobuses que llegan hasta allí. Pero nosotras tuvimos la suerte de poder viajar junto a un grupo de amigos, entre ellos se encontraba Adil, un viejo amigo de la familia. La idea nos hizo tanta ilusión que enseguida comenzamos a preparar nuestras mochilas para poner rumbo a este lugar.
Ese día toco madrugar! A las 5 de la mañana sonó nuestro despertador. Rápidamente nos preparamos y hacia las 5 y media un tok-tok en la puerta nos decía que ya era la hora de partir. Ilusionadas aunque algo dormidas, las primeras horas en el coche fueron intercaladas entre siestas, canciones, aplausos… Hacia las 9 de la mañana hicimos paradita para llenar nuestras barrigas que se estaban en ayunas. Después de saborear unas deliciosas tostadas con nocilla, seguimos de camino a Chauen. Hasta que llegó la hora de comer…
Un tranquilo paisaje nos esperaba para pasar las horas del mediodía. Por fin pudimos respirar aire fresco y limpio! Mientras nosotras nos dedicamos a descansar, nuestros compañeros prepararon el que se supone que seria un delicioso Tajin, un plato típico marroquí, el cual se puede cocinar de mil maneras diferentes. El nuestro estaría compuesto por mutón (para no variar), manzana, tomate, cebolla… El problema fue que este mutón no contaba con la calidad alimenticia de Paco, nuestro Paco. Apenas tenia carne para saborear, asique nos tuvimos que alimentar a base de pan, el cual nos lo regalo una amable familia que vivía alrededor del lugar donde nos encontrábamos.
Pocos kilómetros nos separaban a Chaouen desde el lugar donde nos encontrábamos. Poquito a poco, las casas blancas y azules, rodeadas de dos grandes montañas, nos hacían saber que tras 5 horas de viaje habíamos llegado a este precioso pueblo donde pasaríamos un bonito fin de semana.
Nada más llegar, nos dirigimos al hotel. Nuestros compañeros ya habían estado antes, por lo tanto no teníamos la molestia de tener que encontrar un lugar donde pasar la noche, ya que Erik, uno de los amigos conocía muy bien el lugar. Con las mochilas a cuestas, nos fuimos adentrando en las callejuelas de esta mágica aldea, hasta llegar al hotel Armony! Y nunca mejor dicho! Las vistas desde la terraza de este lugar te hacían sentir relajado. Muy relajado..
Después de pasear por las callejuelas de este pueblo, vivimos una nueva experiencia: la de cenar a las seis de la tarde. Nuestros compañeros estaban muy hambrientos y tuvieron la magnífica idea de cenar a esta hora, algo que a nosotras se nos hizo muy extraño. El restaurante en el que cenamos era muy acogedor, sobre todo el rinconcito que nosotros escogimos. Alumbrados solamente por una vela pasamos gran parte de la tarde –noche en aquel lugar charlando, riendo, comiendo… Una bonita y agradable velada!
Pronto nos retiramos hacia el hotel, ya que el cansancio del viaje era evidente. Una vez en la terracita del hotel Armony, pudimos despedir el dia tranquilamente mirando hacia las estrellas de Chaouen…
El sábado, después de haber pasado una noche un poquito fría, pudimos pasear y pasear por las callejuelas del pueblo, aparentemente pequeño. Por sus calles blancas y azules, sus artesanos alegran las calles. Sientes la sensación de dar marcha atrás en el tiempo; sus gentes y su estilo de vida te enseñan que aun viviendo en el siglo 21, todavía se puede vivir alejado de las nuevas tecnologías, viviendo y disfrutando de la artesanía.
Ya por la tarde, decidimos visitar la mezquita del pueblo. Esta se encuentra en lo alto de una colina, lo que te facilita unas excelentes vistas sobre esta pequeña ciudad. Nuestra pena fue que la lluvia y la niebla nos impidieron ver esas magnificas panorámicas. Después de caminar montaña arriba y montaña abajo, entre algún que otro tropezón, se nos hecho rápidamente la noche encima y llego la hora de volver al pueblo.
Nuestra idea era volver al hotel, pero una persona muy especial se cruzo en nuestros caminos: Mohasin. Pintor, artista y amable conversador. Tuvimos la suerte de poder compartir sus coloridos cuadros, habiendo detrás de cada uno una pequeña visión del mundo. Con él, pudimos intercambiar experiencias, ideas, visiones… Y nos enseñó que se puede conocer culturas del mundo sin tener que viajar miles de kilómetros, ya que su interacción con los diferentes visitantes de otros países le ha permitido conocer y viajar por todo el mundo a través de estos.
El domingo, llego la hora de volver a casa, a nuestro querido Sidi Bernussi. Pero antes teníamos que hacer diferentes paradas para ir dejando a nuestros amigos. La primera fue Tanger. Desde esta, tuvimos la oportunidad de ver a tan solo catorce kilómetros, separadas únicamente por el mar, nuestras tierras. Tan cercanas y tan lejanas al mismo tiempo…
Después de almorzar el Tanger, nos dirigimos a Rabat, donde Saad se despediría de nosotros.
Tras largas horas de viaje, por fin llegamos a casita, algo agotadas pero con ganas de seguir entonando aquel… ALE ALE!!! que nos acompañó en todo el viaje.
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